Yo no suelo ir a los bares a
tomar chatos que es cuando se oyen o se hacen los más lúcidos comentarios y se
reparte profusamente la sapiencia política popular. Pero si me encuentro con
gente en otros lugares y circunstancias, haciendo deporte, en los transportes
públicos o en la calle. La gente habla mucho más de
política que hace años.
Estábamos haciendo nuestros ejercicios mañaneros y dos
compañeros comentaban los resultados de las últimas elecciones municipales. Ambos estaban de acuerdo que habían sido un resultado catastrófico, pues la gente había votado a partidos que les engañaban vilmente.
“Van prometiendo muchas cosas y diciendo que los ricos tienen que ser menos
ricos, que hay que repartir el dinero” “Pues sabes lo que te digo que siempre
ha habido ricos y pobres y que dentro de mil años seguirá habiéndolos: “Los que
han votado a esa gente no saben lo que hacen”.
Descubrí que uno de ellos tenía
miedo de que estos nuevos revolucionarios que habían irrumpido le quitaran el
pequeño capitalito que había conseguido durante sus cuarenta años de trabajo y
que su interlocutor se sentía amenazado por que “eso de que todo el mundo opine
nos llevará a una guerra”. Intenté comentar que lo de repartir mejor la riqueza
no tenía nada que ver con los pocos miles de euros que uno tenía y que "hablando se entiende la gente", que cada uno debe de decir lo que le parece y
que todo el mundo puede aportar algo, supuesto que todos nos respetamos.
Inútil, cada euro que uno tenía gritaba
pidiendo ser defendido y bien protegido y cada vez que el otro oía que se reivindicaba
igualdad, justicia, libertad se le tambaleaban los cimientos de su propia vida,
necesitaba que alguien le dijera lo que podía pensar y no quería que nada cambiara,
el pensar que dentro de mil años habrá pobres y ricos les tranquilizaba. La cosa prometía una estabilidad casi eterna.
Y yo pensé: Con estos mimbres ¿Se
podrá construir una sociedad verdaderamente democrática? Porque eso de un “hombre
un voto” es el fundamento de la democracia. Tenemos suerte de que Franco haya
pasado a mejor vida hace casi medio siglo, pero la semilla de lo que se vivió en aquel periodo
me parece que aún perdura muy vivad. ¡Que les vengan a estos hablando de libertad, dialogo,
y pluralismo!
Me consolé porque la mayoría de los
que allí estábamos éramos de los que nos quedan pocas elecciones y nuestra
evidente que de aquello de que la vejez es más sabia y más prudente es , como todos
los tópicos, una solemne tontería. El futuro es de los jóvenes, están mucho mejor preparado la generaciones anteriores. Y tienen Internet.
Por suerte hay mucha gente que se "zafó" del sistema por el método más eficaz que hay. Aprendieron a pensar. Y me
alegraron la tarde las opiniones, en El País, de dos personas de trayectoria divergente y
sensibilidades opuestas, pero que al analizar la situación política actual se complementaban, permitiéndonos vislumbrar un futuro político mejor.
En una entrevista opinaba Eduardo Pérez Dulce:
¿Que le produce la sensación de
injusticia? Hay una excelente película, Veredicto final, de Sidney Lumet,
con Paul Newman, que habla de ello. En una conversación se dice que el derecho
está para proteger a los débiles porque si no los poderosos ganan siempre, que
las leyes están hechas incluso para que ganen los poderosos; hay que hacer algo
para romper el equilibrio.
Si la ley llega tarde es que la política
llega muy tarde. Creo que la
política ha ido derivando a unos términos maquiavelianos en el peor sentido:
conquisto el poder, teóricamente para hacer mis políticas, pero no para hacer
algo por el interés general. Si la política no tiene olfato de la realidad, no
para ver dónde consigue los votos sino para ver cómo puede mejorar la sociedad,
convierte las leyes en superestructura.
Si la política no es capaz de eso,
¿para qué sirve? La política
se basa en el consenso. Esto ha sido destruido por la política de partidos.
Ahora ves en los partidos poca participación democrática, poca porosidad y
mucho dogmatismo interno. Alguien le preguntó a una amiga sobre su dificultad
para progresar en su partido: “¿Pero has visto El
Padrino? Te puede dar una visión bastante exacta de cómo debes
comportarte”...."la vida política es como la de
la película de Coppola. Como la novela de
Puzzo, refleja una realidad mafiosa"
Y en artículo que titula Un humilde canto a la democracia Rosa Montero sugiere el camino para salir la realidad mafiosa que parece ser es la actual democracia.
La democracia es un sistema
lúcidamente pesimista; al contrario que las dictaduras totalitarias de derechas
e izquierdas, que prometen implantar el paraíso en la Tierra (pero luego por
sus Edenes corren ríos de sangre), la democracia parte de la convicción de que
el ser humano dejado en libertad tenderá a crear un poder absoluto, eterno y
aplastante. Por eso el sistema democrático se basa en fragmentar y distribuir
el poder lo más posible, entre los votantes, los medios de comunicación, los
colectivos profesionales, los jueces, las asociaciones ciudadanas, los
sindicatos… Cuanto más desarrollada esté una democracia, más repartido estará
el poder real y más nos vigilaremos los unos a los otros para evitar abusos. La notable transparencia informativa,
que es otra de las buenas cosas de la democracia, nos permite ver las enormes
imperfecciones del sistema: su hipocresía, su desigualdad, su corrupción
La democracia, en fin, es un
ejercicio de pactos y consensos que exige alcanzar cierta concordia. Tuvo que
ser así desde el principio de los tiempos; estoy segura de que entre los
trogloditas ya había algunos que preferían discutir con los demás cómo se
distribuían los mejores lugares de la cueva, y otros que pretendían quedarse
con el sitio más calentito a garrotazos. Hemos hecho un largo camino desde la
caverna (¿o quizá no?) y ahora impera justamente eso, la negociación y el
entendimiento. Por eso me parece tan sano, tan democrático, que venga gente
nueva. La política moderna no es unJuego de
tronos, cosa que me parece una tontada suprema. La política que yo
quiero se parece mucho más a la serie danesa Borgen. Una labor modesta,
pertinaz, equilibrada y esforzada, como quien teje una manta con diferentes
hebras. Este artículo es un humilde canto a la democracia. O más bien es un
canto a la democracia humilde, la de aquellos políticos que aspiran a ser
servidores de la colectividad y no unos pequeños, miserables y deshonestos
caciques de tarjetas negras.
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