martes, 29 de octubre de 2013

El proselitismo es una solemne tontería

En un momento de la entrevista que el papa Francisco  tuvo con Eugenio Scalfari  del diario La Repubblica   dijo una de esas frases a las que nos vamos acostumbrando y que se salen de la tradicional manera de entender las cosas por parte de la mayoría de los obispos. Esta es la frase: "El proselitismo es una solemne tontería, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer crecer el conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me pasa que después de un encuentro quiero tener otro porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades. Esto es importante, conocerse, escuchar, ampliar el cerco de los pensamientos. El mundo está lleno de caminos que se acercan y alejan, pero lo importante es que lleven hacia el "Bien". 
Esto dicho por un papa pone en cuestión gran parte del tinglado evangelizador que tiene la Iglesia. Digo el tinglado no la actividad social, caritativa y para el desarrollo que realizan miles de gente generosa y valiente que se dedican a lo que llamamos misiones. Muchos de los que  tuvimos la suerte de participar en este ingente esfuerzo ya lo habíamos intuido pero uno se tenía que repetir con frecuencia: “no estamos en África para  convertir negritos o negrazos”, “lo nuestro es estar con la gente y ayudarles”, “vivir con la gente”- Esto suponía un esfuerzo psicológico no pequeño y te sentías un poco traidor a lo que habías interiorizado que era tu tarea.

La hermana Genoveva
Pero he te aquí que me encuentro con una historia clasificadora  de esta forma de entender lo misionero. La historia de una monja la Hermanita de Jesús Genoveva, francesa de origen que ha muerto a últimos de septiembre. Ella y sus compañeras han vivido una experiencia que el antropólogo Darcy Ribeiro consideraba una de las más ejemplares de toda la historia de la antropología: el encuentro y la convivencia de alguien de la cultura blanca con la cultura indígena. Y yo entiendo que es la verdadera forma de ser misioneros al estilo de Jesús.  Los Tapirapés
Así cuenta la historia Leonardo Boff
En septiembre de 2002 después de un encuentro con la Hermanita Genoveva escribí un pequeño artículo en el Jornal do Brasil que retomo aquí en parte.
Las Hermanitas de Foucauld son testimonio de la nueva forma de evangelización, soñada por tantos en América Latina: en vez convertir a las personas, darles la doctrina y construir iglesias, decidieron encarnarse en la cultura de los indígenas y vivir y convivir con ellos. En nuestro tiempo este camino fue vivido por el Hermano Carlos de Foucauld que al principio del siglo XX se fue al desierto de Argelia, entre los musulmanes, no para anunciar, sino para convivir con ellos y acoger la diferencia de su cultura y de su religión. Eso mismo han hecho las Hermanitas de Jesús entre os indios Tapirapé en el noroeste del Mato Grosso, cerca del río Araguaia.
El día 17 de septiembre de 2002 asistí a la celebración de los cincuenta años de su presencia junto a los Tapirapé. Allí estaba la pionera, la Hermanita Genoveva, que en octubre de 1952 comenzó su convivencia con la tribu.
¿Cómo llegaron allí? Las hermanitas supieron a través de los frailes dominicos franceses que misionaban en tierras del Araguaia, que los Tapirapé se estaban extinguiendo. De los 1500 que había antiguamente se habían reducido a 47, a causa de las incursiones de los Kayapó, de las enfermedades de los blancos y de la falta de mujeres. En el espíritu del Hermano Carlos, de ir para convivir y no para convertir, decidieron unirse a la agonía de un pueblo.
A su llegada, la Hermanita Genoveva oyó del cacique Marcos: “Los Tapirapé van a desaparecer. Los blancos van a acabar con nosotros. Tierra vale, caza vale, pez, vale. Sólo el indio no vale nada”. Ellos habían internalizado que no valían nada y que estaban condenados a desaparecer inexorablemente.
Ellas fueron donde ellos y les pidieron hospitalidad. Comenzaron a vivir con ellos el evangelio de la fraternidad, en el campo, en la lucha por la yuca de cada día, a aprender su lengua y a incentivar todo lo de ellos, religión incluida, en un recorrido solidario y sin retorno. Con el tiempo fueron incorporadas como miembros de la tribu.
La autoestima de ellos creció. Gracias a la mediación de ellas consiguieron que mujeres Karajá se casasen con hombres Tapirapé y se garantizase así la multiplicación del pueblo. De 47 hoy llegan a casi mil. En 50 años ellas no convirtieron ni a un sólo miembro de la tribu. Pero consiguieron mucho más: se hicieron parteras de un pueblo, a la luz de aquel que entendió su misión de “traer vida y vida en abundancia”, Jesús.
Cuando vi el rostro de una india tapirapé y el rostro envejecido de la hermanita Genoveva, pensé: si hubiese teñido su pelo blanco con tucum podría pasar por una perfecta mujer tapirapé. Realizó de hecho la profecía de la fundadora: “Las hermanitas se harán Tapirapé, para desde aquí ir a los otros y amarlos, pero serán siempre Tapirapé”.
¿No debería seguir por ahí el cristianismo si quisiera tener futuro en un mundo globalizado? ¿el evangelio sin poder y la convivencia tierna y fraterna?
 LEONARDO BOFF

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