En un momento de la entrevista que el papa
Francisco tuvo con Eugenio Scalfari del diario La Repubblica dijo una de esas frases a las que nos vamos
acostumbrando y que se salen de la tradicional manera de entender las cosas por
parte de la mayoría de los obispos. Esta es la frase: "El proselitismo es una solemne tontería, no
tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer crecer el
conocimiento del mundo que nos rodea. A mí me pasa que después de un encuentro
quiero tener otro porque nacen nuevas ideas y se descubren nuevas necesidades.
Esto es importante, conocerse, escuchar, ampliar el cerco de los pensamientos.
El mundo está lleno de caminos que se acercan y alejan, pero lo importante es
que lleven hacia el "Bien".
Esto dicho por un papa pone en cuestión gran
parte del tinglado evangelizador que tiene la Iglesia. Digo el tinglado no la
actividad social, caritativa y para el desarrollo que realizan miles de gente
generosa y valiente que se dedican a lo que llamamos misiones. Muchos de los
que tuvimos la suerte de participar en
este ingente esfuerzo ya lo habíamos intuido pero uno se tenía que repetir con
frecuencia: “no estamos en África para convertir negritos o negrazos”, “lo
nuestro es estar con la gente y ayudarles”, “vivir con la gente”- Esto suponía
un esfuerzo psicológico no pequeño y te sentías un poco traidor a lo que habías
interiorizado que era tu tarea.
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La hermana Genoveva |
Pero he te aquí que me encuentro con una
historia clasificadora de esta forma de
entender lo misionero. La historia de una monja la Hermanita de Jesús Genoveva,
francesa de origen que ha muerto a últimos de septiembre. Ella y sus compañeras
han vivido una experiencia que el antropólogo Darcy Ribeiro consideraba una de
las más ejemplares de toda la historia de la antropología: el encuentro y la
convivencia de alguien de la cultura blanca con la cultura indígena. Y yo
entiendo que es la verdadera forma de ser misioneros al estilo de Jesús. Los Tapirapés
Así cuenta la historia Leonardo Boff
En septiembre de 2002
después de un encuentro con la Hermanita Genoveva escribí un pequeño artículo
en el Jornal do Brasil que
retomo aquí en parte.
Las Hermanitas de
Foucauld son testimonio de la nueva forma de evangelización, soñada por tantos
en América Latina: en vez convertir a las personas, darles la doctrina y
construir iglesias, decidieron encarnarse en la cultura de los indígenas y
vivir y convivir con ellos. En nuestro tiempo este camino fue vivido por el
Hermano Carlos de Foucauld que al principio del siglo XX se fue al desierto de
Argelia, entre los musulmanes, no para anunciar, sino para convivir con ellos y
acoger la diferencia de su cultura y de su religión. Eso mismo han hecho las
Hermanitas de Jesús entre os indios Tapirapé en el noroeste del Mato Grosso,
cerca del río Araguaia.
El día 17 de
septiembre de 2002 asistí a la celebración de los cincuenta años de su presencia
junto a los Tapirapé. Allí estaba la pionera, la Hermanita Genoveva, que en
octubre de 1952 comenzó su convivencia con la tribu.
¿Cómo llegaron allí?
Las hermanitas supieron a través de los frailes dominicos franceses que
misionaban en tierras del Araguaia, que los Tapirapé se estaban extinguiendo.
De los 1500 que había antiguamente se habían reducido a 47, a causa de las
incursiones de los Kayapó, de las enfermedades de los blancos y de la falta de
mujeres. En el espíritu del Hermano Carlos, de ir para convivir y no para
convertir, decidieron unirse a la agonía de un pueblo.
A su llegada, la
Hermanita Genoveva oyó del cacique Marcos: “Los Tapirapé van a desaparecer. Los
blancos van a acabar con nosotros. Tierra vale, caza vale, pez, vale. Sólo el
indio no vale nada”. Ellos habían internalizado que no valían nada y que
estaban condenados a desaparecer inexorablemente.
Ellas fueron donde
ellos y les pidieron hospitalidad. Comenzaron a vivir con ellos el evangelio de
la fraternidad, en el campo, en la lucha por la yuca de cada día, a aprender su
lengua y a incentivar todo lo de ellos, religión incluida, en un recorrido
solidario y sin retorno. Con el tiempo fueron incorporadas como miembros de la
tribu.
La autoestima de ellos
creció. Gracias a la mediación de ellas consiguieron que mujeres Karajá se
casasen con hombres Tapirapé y se garantizase así la multiplicación del pueblo.
De 47 hoy llegan a casi mil. En 50 años ellas no convirtieron ni a un sólo
miembro de la tribu. Pero consiguieron mucho más: se hicieron parteras de un
pueblo, a la luz de aquel que entendió su misión de “traer vida y vida en
abundancia”, Jesús.
Cuando vi el rostro de
una india tapirapé y el rostro envejecido de la hermanita Genoveva, pensé: si
hubiese teñido su pelo blanco con tucum podría pasar por una perfecta mujer
tapirapé. Realizó de hecho la profecía de la fundadora: “Las hermanitas se
harán Tapirapé, para desde aquí ir a los otros y amarlos, pero serán siempre
Tapirapé”.
¿No debería seguir por
ahí el cristianismo si quisiera tener futuro en un mundo globalizado? ¿el
evangelio sin poder y la convivencia tierna y fraterna?
LEONARDO BOFF
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