miércoles, 10 de abril de 2013

José Luis Sampedro,un hombre absolutamente ajeno a la dominación




No todos dejamos la misma huella. Ni a todos se nos recuerda de la misma forma. Esta semana han muerto tres personas famosas, José Luis Sampedro, la Señora  Thatcher, the "Iron Lady" y Sara Montiel. Sus entierros han respondido a lo que fueron sus vidas.

Empezando por esta última, folclore y oropel, simplemente pose, ninguna sustancia.  A la Dama de hierro no la han hecho su homenaje, pero le preparan una importante despedida en Londres, la capital del liberalismo económico que nos ha llevado a la ruina en la que estamos. Los mineros escoceses sí que la han despedido,  han vitoreado su muerte bebiendo champan desbordados por el odio y la venganza. Triste consuelo, típico de los impotentes, para lo que les hizo sufrir y padecer. Una dictadora que sólo engendró sufrimiento, tendrá grandes discursos y honras. Así se pagan los servicios a los gendarmes del capital.

De la muerte de José Luis Sampedro nos hemos enterado después que, como es lógico, su familia le despidiera entre el amor de los suyos y la acogida de los cercanos, a los que realmente les importaba. Un lujo de sepelio. El otro día oí a alguien decir que “uno piensa como el lugar donde vive” y Don José Luis, que se definía como el economista de los pobres, ha tenido una despedida como la de la gente a la que el defendía, en el lugar donde él estaba. El único lugar verdadero.
Y es que en este traidor mundo en el que estamos pocas personas son capaces de vivir y morir en la verdad. La Thatcher parecía una dominadora y resulto ser “un capataz” servil del capital. La Montiel aparentaba ser una mujer liberada y dueña de sí misma y solo era fachada y catón piedra, pendiente de una limosna de fama.


José Luis Sampedro sí ha vivido en la verdad. Hoy he oído a no sé quién el mayor elogio que se puede decir de una persona. “Era un hombre absolutamente ajeno a la dominación”. El ideal de los grandes maestro de todos los tiempos: vivir en libertad para decir y para hacer lo uno piensa que debe. Bienaventurados los pobres porque no necesitan alfombras rojas para entrar en el reino de los cielos. 

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