sábado, 13 de junio de 2015

La participación de las mujeres en la Iglesia es un desafío que ya no puede posponerse



 A  últimos de abril se celebró en la Pontificia Universidad Antoniana de Roma, el Congreso: "Mujeres en la iglesia perspectivas en dialogo" Un pequeño grupo de mujeres con responsabilidades en la iglesia o representación diplomática ante la Santa Sede hicieron posible este encuentro.
La rectora de la universidad, Hermana Mary Melone, dio la bienvenida a los asistentes. Las ideas clave del discurso inaugural me parece que dan una pauta para comprender como va a cambiar, o debería, el papel de la mujer en la iglesia. Estas son algunas de sus afirmaciones: 

  • La participación de las mujeres en la Iglesia es un desafío que ya no puede posponerse.
  • Este movimiento responde a la llamada de Francisco al referirse al binomio mujeres-Iglesia que ha suscitado varios  interrogantes
  •  ¿Cómo ampliar los espacios para las mujeres dentro de la Iglesia?
  • ¿Cómo contribuir para que ellas ocupen roles en la toma de decisiones?
  • ¿Cómo hacer para que la riqueza de su pensamiento sea reconocida y valorada?¿Qué podemos hacer para que la teología elaborada por ellas desde hace décadas, esté presente en los círculos oficiales del mundo teológico?
  •  “A estas preguntas no se responde con cambios funcionales sino que es preciso el reconocimiento profundo de que las mujeres también somos Iglesia”, afirmó la rectora. Las mujeres tienen dificultades al participar en la vida eclesial, el trabajo pastoral que hacen  no se reconoce, no se visibiliza, ni se valora y por supuesto no les concede ninguna autoridad, está inserto  en la trama que vive la comunidad eclesial en lo sencillo y lo cotidiano.
  •  Destacó que, es necesario abrir la posibilidad de repensar el rol de las mujeres en la Iglesia y replantear el de los hombres, para trazar nuevas responsabilidades paritarias para ambos.
  •  Las mujeres en la Iglesia, “no somos huéspedes, sino Iglesia y queremos serlo siempre más intensamente".


Esta noticia como otras que pasan inadvertidas son síntomas del movimiento profundo que se está generando en la iglesia. Es necesario caer en la cuenta que las mujeres son la mayoría de los católicos y un tanto por ciento aplastante de las personas que se declaran y son “practicantes”.
Ya resulta extraño que la rectora de una universidad pontificia se sienta en la necesidad de reivindicar su pertenencia a la iglesia. ¿Quién las expulsa?. ¿Por qué se sienten huéspedes en ella? Más de una si reflexionara se sentiría criada más que huésped, a los huéspedes se les suele tratar con amabilidad y respeto y no se les encomienda tareas de mantenimiento.
Si no se redefinen, con equidad y claridad, el rol de las mujeres en la iglesia y se ajusta el de los hombres a la situación real que debe tener en el momento actual, la iglesia católica, por lo menos en Europa, quedará reducida en unos pocos años a una organización  minoritaria. Por supuesto esto, por sí solo, no resuelve los niveles de participación y adhesión a la iglesia pero  anula un obstáculo insuperable para muchas mujeres que no están dispuestas a ser tratadas como personas de segunda, pues saben que son iguales al resto de los miembros de su sociedad. Aunque no solo las mujeres se sienten miembros de segunda en esta iglesia dominada por  clérigos.
¿Cuál va ser la repercusión real y efectiva de estos deseos expresados por el papa?
Es aventurado dar una respuesta. Los ritmos del cambio se me antojan demasiado lentos y las medidas concretas ni siquiera se vislumbran.
Copio algunos párrafos de una entrevista a una monja brasileña que me parece tiene suficiente historia e inteligencia como para tener en cuenta sus opiniones. Se llama Ivone Gebara.*Entrevista a Ivone Gebara
.Adital: Observamos pronunciamientos del Papa Francisco en apoyo a una mayor participación de la mujer en la vida sacerdotal, aunque sepamos que en muchos casos su voluntad choca con el conservadurismo de la Curia Romana. ¿Podemos esperar algún cambio concreto en ese sentido para su papado?
Ivone Gebara: Creo que antes de hablar de los pronunciamientos del Papa Francisco sobre las mujeres, es preciso recordar tres puntos para que tengamos un poco más de claridad sobre la situación actual de la Iglesia Católica Romana. El primero de ellos tiene el objetivo de recordar que la función de las leyes eclesiásticas y de los dogmas es también ejercer una cierta contención en la vida de los fieles. Se determina qué debe ser objeto de creencia para evitar la multiplicidad de interpretaciones y conflictos, que fragmentaron y fragmentan la comunidad de fieles. Sin embargo, no se puede olvidar que las leyes, dogmas e interpretaciones nacen en contextos históricos determinados. Éstos son mutables y nunca deberían ser establecidos como normas absolutas o como voluntad divina, como ha ocurrido. Surge de ahí el segundo punto, que se refiere al hecho de que se legitiman esas nuevas leyes y creencias como voluntad de Dios o de Jesucristo. Esas voluntades, según muchos, son inmutables. Se establece así un argumento de autoridad pronunciado o promulgado por el magisterio de la Iglesia. Y el último punto que puede observarse claramente es que ese magisterio es masculino y, en general, anciano y celibatario. Las mujeres no participan directamente de él como si por orden divina debieran ser excluidas. Esta estructura e interpretación patriarcal, considerada sagrada, dificulta los cambios más significativos en la actual cultura eclesiástica transmitida al pueblo. A partir de ahí, se puede situar la cuestión en relación con las mujeres.
El Papa Francisco tiene buena voluntad, procura entender algunas reivindicaciones de las mujeres, pero, viviendo dentro de una tradición sagrada masculina, no tiene condiciones para dar pasos revolucionarios para promover de hecho la innovación necesaria para el mundo de hoy. Él es fruto de su tiempo, de su formación clerical y de los límites que la engloban. Me atrevo a decir que es la comunidad cristiana y, en este caso, la católica romana, esparcida por tantos lugares, la que debería ir exigiendo de sus líderes cambios de comportamiento a partir de sus vivencias. Comenzar por abajo, aunque los de arriba también pueden ayudar, en la medida en que sean más sensibles y receptivos a las señales de cada tiempo y de cada espacio, es un camino para ajustarnos a las necesidades actuales de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo.
Antes  había dicho:
Afirmar a Dios como masculino, afirmar que existe una voluntad poderosa pre-existente, justificar el sacerdocio masculino a partir del sexo de Jesús, valorizar el cuerpo masculino como el único capaz de representar el cuerpo de Dios son afirmaciones teológicas aún vigentes que tocan, en forma especial, los cuerpos femeninos. Estas afirmaciones son, muchas veces, productoras de violencia, de exclusión y del cultivo de relaciones de sumisión ingenua a la autoridad religiosa.
 IG: La producción de la violencia cultural y social contra grupos considerados inferiores por las razones más diversas es una constante en las culturas humanas. La afirmación de la superioridad de unos en relación con los otros, las jerarquías de raza, género, cultura, de saberes y poderes son parte de la historia humana. Las mujeres fueron y son, en muchas culturas, consideradas seres subalternos, dependientes, objetos de la voluntad masculina, aunque actualmente los discursos oficiales de los Estados y de las religiones hablen de igualdad en la diferencia. Muchos adeptos a los discursos igualitarios son capaces de denunciar, por ejemplo, la mutilación genital, sin duda una aberración y un delito, pero no son capaces de darse cuenta de la producción de violencia contra los cuerpos femeninos en los discursos de bondad difundidos por las diferentes expresiones del Cristianismo. Denuncian los asesinatos de mujeres, la violencia física directa, los femenicidios, pero no perciben que la reproducción de violencia contra las mujeres está todavía muy presente en los procesos educacionales.
La marca jerárquica excluyente, presente en nuestras relaciones, sin duda necesaria para la continuidad de la actual forma de capitalismo, mantiene socialmente esa violencia. Necesita de ella y de otras para continuar fabricando nuevas formas de privilegio y exclusión social. Las mujeres a pesar de las muchas conquistas de los últimos años todavía son, en el imaginario de la cultura capitalista económica y social, buenos chivos o cabras expiatorias para ser acusadas de incompetencia en los asuntos públicos. Esa cultura excluyente, presente en las instituciones sociales y culturales es, sin duda, un obstáculo para que hombres y mujeres construyan nuevas relaciones y reconozcan sus diferentes dones y saberes.

·         * IVONE GEBARA 
nacida en 1944, es doctora en Filosofía por la Universidade Católica de São Paulo y doctora en Ciencias Religiosas por la Universidad Católica de Lovânia (Bélgica). Pertenece a la Congregación de las Irmãs de Nossa Senhora - Cônegas de Santo Agostinho y vive hace décadas en el Nordeste  del Brasil, en una vida de “inserción” en ambiente popular, actualmente en Camaragibe (PE). Durante 17 años fue profesora en el Instituto de Teología del Recife, hasta su disolución decretada por el Vaticano en 1999. Desde entonces dedica su tiempo principalmente a escribir, dar cursos y conferencias sobre hermenêuticas feministas, nuevas referencias éticas y antropológicas y los fundamentos filosóficos y teológicos del discurso religioso.
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